lunes, 18 de febrero de 2008

QUIEBRES


Hoy es 18 de febrero. Esa fecha era para mí el día del cumpleaños de mi papá.
Quiebres son los que a uno le producen ciertos hechos en la vida.
Mi vida era habitual, casi monótona, y el paso de los años no había hecho mella en mí.
Éramos la clásica familia de clase media, el papá, la mamá y los dos hijos varones, yo el mayor.
Hay hechos en la vida, que aunque son naturales, uno no esta preparado para vivirlos.
Todo comenzó quizá mucho tiempo atrás.
Mi viejo, como mucha gente, tenía altos los niveles de azúcar. Las medicaciones no eran muy acertadas, pero lo tenían lejos aún de depender de la insulina.
Obviamente una medicación que no logra una buena regulación ocasiona temporarios bajones en el nivel de glucosa, lo cual tampoco es bueno.
Detrás de esos bajones se escondía el mal.
A todos les pareció razonable, y un mal menor, que por ahí anduviera un poco más lento, y algo más delgado, era un precio bajo, incluso para él, con tal de no depender de las inyecciones de insulina.
Todo comenzó como un film rápido, inexorable e inevitable, donde uno tiene el papel de espectador asombrado e impotente.
Una noche del otoño pasado, al volver con mi mamá de una cena, y cuando se sacaba los pantalones, un dolor agudo en el hombro lo obligó a pedir ayuda de mi vieja.
El médico al día siguiente diagnosticó quebradura de clavícula.
Una quebradura que no provenía ni de un golpe ni de un mal movimiento...
Mi viejo sospechó algo raro.
Podía ser mieloma (cáncer de huesos). Pero la punción dio negativa.
A poco un bajón importante de glucosa.
Con mi tío y mi vieja partieron a Rosario, a casa de una tía de mi viejo.
Allí tras los estudios notaron algo en el hígado e hicieron una punción.
Con el frío el sistema de salud de Rosario había colapsado. (No había camas)
Con Gustavo partimos un gélido día de invierno a la ciudad del sur provincial.
Llegamos y a mí me llegó la noche.
Luego de la punción había adelgazado impresionantemente, estaba muy debilitado, anémico, y no retenía comida, y eso que agradado por mi inesperada visita comió. Era una imagen terrible. Dormí la siesta junto con él.
Y lo más terrible es la impotencia, de no saber que hacer.
Así que luego de poner el grito en el cielo, y con la promesa cierta de que lo iban a internar sí ó sí partimos al día siguiente, uno de los días más fríos del año,
Y mientras conducía rumbo a la costanera norte Gustavo y yo llorábamos, con el alma oscura como esa tarde gélida.
Las transfusiones, lo hicieron mejorar. Volvió a Santa Fe, pero estabamos ante la recta final...
Dije lo que tenía que decirle, hice lo que podía hacer, me pude despedir de él, lo mismo hizo Gustavo, ese cáncer no se caracteriza por el dolor.
Pese a todo siempre esperaba que no ocurriera, cualquier indicio me daba esperanzas...
Pero mi vida nunca fue la misma desde esa noche del 10 de septiembre cuando él partió.
Con el partió mi juventud. Ya no soy el mismo. Este hecho me mostró una realidad inesperada y no deseada.
Y hoy, que no puedo hacerle regalos, le hago este homenaje, a ese hombre tierno, trabajador, comprensivo, tolerante, buen amigo, buen compañero, de cuyos valores y sangre soy retoño.

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