viernes, 18 de abril de 2008

ALBORES


¿Cuándo me dí cuenta que era gay?
Esa sería la pregunta inicial.
Nunca fuimos una familia cariñosa, nos queremos mucho, y ahora yo he cambiado eso, pero siempre fuimos poco cálidos entre nosotros.
Así que salvo una vaga atracción a los ocho con una vecinita, y a los doce con mi prima, que si se me ponía a tiro juro que hubiera pasado de todo, no tengo recuerdos, menos aún recuerdos gays.
Con los doce tenía una calentura por la calentura misma. Pero había un compañerito que sí me llamaba la atención, era lindo, petiso, pelo castaño claro, y un rostro muy pero muy lindo.
Pero, con una firme educación, claras vallas morales, pasé esa idea al archivo y listo.
Ya se perfilaba en el horizonte mi pesadilla.
Un gordito, mariconcito, que no tuvo mejor idea que agarrar a un negrito en el viaje de estudio y creo que pajearlo. ¡Para que! Obvio que se supo, para gran reprobación de la hinchada.
¿Seré como el gordito?
Comenzó la tortura.
Con el primer año de la Secundaria tradicional íbamos de tarde, ¡que calvario para alguien que siempre fue de mañana!, y a Educación Física por la mañana.
Hacía un frío rabioso, unas heladas horribles, y fue allí en el árido Club al cual íbamos a ser torturados a tan temprana hora donde se me metió por los ojos un compañero, delgado, pelo muy rubio, ojos claros, rostro varonil, duro pero lindo.
Así que comencé a pensar mientras me pajeaba en este chico con unas chicas, pronto los accidentes de las chicas me importaron bien poco. Y él se apoderó de la escena. Y me di cuenta del cambio, pero no podía ser.
Mi compañerito de banco era otro rubio, mucho más lindo, nervioso, pero bueno.
Nos juntábamos a estudiar.
Pero ni loco me animaba a tirarme.
Así que, por paradójico que parezca, los rubios estaban por todas partes en mi despertar. Rubios, flacos y lindos.

No hay comentarios: