EL FIN DE LA VORAGINE

Estas semanas han sido por demás de atípicas.
Las obligaciones parecían desbordarme, ¡¡¡no me quedó tiempo ni para entrar a internet, ni hablar de revisar mis correos que tienen como promedio 2000 mensajes sin leer!!!!
Con Gustavo estábamos a las corridas, que hacer esto, que aquello, hasta el sexo parecía a las apuradas.
¡Vaya dedicado para los que quieren vivir solos, uno tiene que afrontar todas las cosas y cuando se complican uno no sabe el por qué los días no vienen de 40 horas!!!
Estaba pues el martes, un mediodía de sol, con calorcito, que parecía augurar -falsamente- el fin de estos fríos horripilantes, caminando plácidamente, en una actividad muy beneficiosa para mi organismo: caminatas, que combino con una dieta que se va reduciendo, cuando inesperadamente, ya en la zona céntrica de la ciudad me encuentro con Keirin.
Y...es inevitable, el pendex me encanta, me saca de quicio, me vuelve loco...es inevitable.
Y él que me saluda con todo afecto -y con toda intención- y yo que para el afecto soy predispuesto lo invito a tomar una Coca.
No puedo negar que estaba en llamas mientras nos sentábamos en un bar céntrico, pero aún así, y quizás para salvarme, le pregunté que pensaba de mis desapariciones.
Y me dijo que nada, que no quería novio, que la verdad era que cuando nos encontrábamos la pasábamos más que bien y eso era lo que quería, lo que quería en ese momento.
Cegado completamente ya pedí un taxi y partimos al hotelito de pleno centro.
Ya en el refugio de la habitación fue como un dar rienda suelta a tanto deseo contenido.
Nos besábamos desaforadamente mientras nos íbamos desnudando. Yo recorría ese cuerpo flaquito, marcado. Llevaba un boxer re justito de color natural, sus nalguitas eran pasto de mis manos y él que me baja el slip y se prende a mi pija erecta.
Sentado en el borde de la cama y con Keirin arrodillado entre mis piernas abiertas succionándo con pasión arqueé mi espalda de placer.
Estaba muy caliente así que pronto lo hice hacia arriba y lo besé en la boca para recostarlo boca abajo.
Ahora mi lengua recorría su orificio.
Keirin gemía de deseo.
Deseo que yo ardía en deseos de satisfacer.
Instantes después calzaba la cabeza de mi pija y tras unos cortos vaivenes me hundía en ese recto cálido y apretado.
Ahogué los gemidos de dolor a besos y caricias, a promesas en sus oídos, hasta que su rostro se vio pleno en el espejo y ahí comencé a bombear. Mi pija iba y venía dentro de su recto, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y estaba, ya estaba acabando, todo era placer.
Caí sobre él y lo abracé con fuerzas mientras lo acariciaba. Menos de diez minutos bastaron para que mi pija se pusiera de nuevo dura como la piedra.
Y ahora sí, fue un ritual completo.
Hacerlo gozar.
Cambiar de posiciones.
Hasta ponerlo patitas al hombro, y allí con su bella verga disponible pajearlo mientras lo penetraba una y otra vez, hasta que su leche saltó potente, mojándolo todo y llevando mi excitación a la cumbre que se concretó con otra copiosa eyaculación dentro del joven y adorable Keirin.
Luego todo fue abrazos y caricias, hasta que el horario nos devolvió a la luz del día.
No me pregunto más si lo volveré a ver, creo que así será, porque aunque no nos busquemos nos encontramos.